23 de febrero de 2015

CAYO JULIO CÉSAR Y LOS PIRATAS


En el año 78 antes de nuestra era, un joven aristócrata romano, siempre envuelto en riñas y trifulcas, fue expulsado de Italia por el dictador Sila porque se había adherido al partido de Mario, rival desterrado de Sila. Hasta poder volver a Roma, decidió emplear su tiempo perfeccionando el arte de la oratoria, dando clases con el famoso profesor Apolonio Molo. Partió en barco hacia la isla de Rodas.

Mientras el barco en el que viajaba costeaba la isla de Farmacusa, vieron unos barcos que se aproximaban con rapidez. El barco de los romanos era lento, así que no pudieron escapar de los piratas. Poco después los piratas realizaron el abordaje, el jefe de los piratas se fijó en el joven bien vestido y que sentado en medio de sus sirvientes y esclavos estaba leyendo, el pirata se dirigió a él y le preguntó que quién era, el muchacho no le contestó. El pirata enfadado le pregunto a Cina, médico del joven, éste le contestó que era Cayo Julio César.

El pirata pensó que era muy buena idea pedir un rescate, pero más tarde se le ocurrió preguntar a Julio César cuanto pagaría por su propia libertad y la de su sequito. Él ni le contesto, el pirata consultó con uno de sus ayudantes, y este valoró al grupo en diez talentos. En esta ocasión Julio César si habló, dijo:-Si conocieses tu oficio, te darías cuenta de que valgo por lo menos cincuenta talentos. El pirata no estaba acostumbrado a que un prisionero quisiera pagar más de lo que él había ofertado. Aceptó. Julio Cesar envió a unos negociadores a buscar el rescate.

Julio César y sus compañeros fueron alojados en algunas chozas de una aldea ocupada por los piratas. Pasaba el tiempo haciendo gimnasia, corría, saltaba, competía con sus raptores, escribía poemas o preparaba discursos. Por las noches se reunían todos alrededor del fuego.

Al cabo de treinta y ocho días, regresaron los negociadores diciendo que habían depositado el rescate en manos del legado Valerio Torcuato. César y sus compañeros fueron enviados a Mileto a bordo de un buque. Al llegar a Mileto, el rescate fue entregado a los piratas y César bajó a tierra con ánimo de venganza.

Pidió a Valerio cuatro galeras de guerra y quinientos soldados y se puso en marcha, su destino era Farmacusa. Al llegar, encontró a toda la pandilla de piratas celebrando una gran fiesta. Sorprendidos por la visita, sin oponer resistencia se entregaron. César hizo prisioneros a unos trescientos cincuenta piratas, y además recuperó sus cincuenta talentos. Embarcó con los prisioneros en las galeras, e hizo echar a pique todos los navíos de los piratas.

Se dirigió entonces a Pérgamo, donde vivía Junio, pretor de la provincia de Asia Menor. Nada más llegar encerró a sus prisioneros en una fortaleza. Después de pedir permiso para ejecutarlos y ver que le daban largas, él mismo ordenó ejecutar a los prisioneros, dejando a los treinta más importantes para el final. César mandó degollar, antes de ser crucificados, a esos treinta piratas.

Después de esto César siguió con su viaje, rumbo a la escuela de oratoria de Apolonio Molo.

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