22 de enero de 2015

HISTORIAS DE PADRES E HIJOS


Tran Thi Kham, viajo a Taiwán en 2004, el motivo era encontrar a su padre biológico, que se había ido cuando su madre estaba embarazada de ella. La madre murió dos meses después de su nacimiento, y dejó un anillo grabado y una foto como única pista para buscar al padre. Cuando llegó a Taiwán entró a trabajar para la señora Tsai Han-Chao para cuidar a su suegra.

Después de morir la anciana, siete meses más tarde, Tran empezó a trabajar para otra familia, esta vez en la isla de Kinmen. Al poco tiempo de llegar, se dio cuenta de que se había dejado el anillo y la foto de su padre en la casa anterior, fue a la policía y pidió ayuda para recuperar sus recuerdos.

Cuando el marido de su anterior jefa revisaba los objetos para enviárselos a Tran, reconoció lo que él le había entregado a su antigua novia vietnamita y lo entendió todo. Viajo hasta la isla de Kinmen para encontrarse con su antigua empleada y recién descubierta hija.

Cristina Veroni, murió, en 1991, en un accidente en un paso a nivel en Reggio Emilia, al norte de Italia. En 1995, su padre iba conduciendo por el mismo camino, cuando al atravesar el mismo paso a nivel, fue arrollado por el tren que lo arrastro varios metros. El conductor era Domenico Serafino, el mismo que había matado a Cristina cuatro años antes. Los investigadores descartaron el suicidio en ambos casos, diciendo que habían sido accidentes fortuitos.

Bill Wells, de profesión ladrón, se encontró, en 1997, con su hijo y colega de profesión Corey Hillger. Llevaban sin verse desde que el hijo tenía 2 meses. La reunión tuvo lugar en la cárcel de Kerr County, Texas. Durante unos años tuvieron ocasión de conocerse muy bien.

El 20 de abril de 1958, Kenneth Perkins de Los Ángeles, dio a luz a una niña, Nancy. Sus otros hijos, Gary, 8 años, y David, cinco años, nacieron también un 20 de abril. El ginecólogo, el doctor A. Warren Olson, nació el 20 de abril, igual que su enfermera Winifred Nagamine.

El pastelero sudafricano A. Vial, horneó en 1941, ciento cincuenta bizcochos para las tropas que combatían en Europa. Después de haberlos acabado se dio cuenta de que no llevaba su alianza en el dedo. Después de buscarla sin resultados, llegó a la conclusión de que se le había caído en la masa, y debía estar en uno de los pasteles. No quiso destrozar los pasteles buscando la alianza, así que los envió al ejército, con una nota en la que suplicaba que si alguien encontraba la alianza la devolviese. Su hijo cogió uno de los pasteles para merendar, y casualidades de la vida, la alianza de su padre estaba dentro.

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