1 de octubre de 2014

LA MALDICIÓN DEL DIAMANTE HOPE


El diamante Hope (también conocido por joya de mar, diamante azul, diamante de la esperanza), además de ser conocido por su belleza, y por su peso, (pesa 115 quilates), también lo es por las desgracias que ha ido acumulando a sus poseedores. La maldición empezó cuando el diamante se robó de una estatua en la que estaba engarzado, en un templo consagrado a la diosa india Sita.

El primer dueño de la joya fue Jean-Baptiste Tavernier (1605-1689), quien después de venderla, cayó en quiebra y tuvo que huir a Rusia, allí fue encontrado muerto de frío y devorado por una jauría de perros salvajes.

En el año 1691, Madame de Montespan (1640-1707), se encapricho del diamante y se empeñó en que su amante, el rey Luis XIV (1638-1715). Poco después, en 1707 murió sola y abandonada. En 1715, con motivo de la visita de un embajador del Sha de Persia, el rey Luis le enseñó el diamante para que viera que no estaba maldito. Luis XIV murió ese mismo año, de forma imprevista. Con su muerte, muchos creyeron que el diamante Hope ocasionaba desgracias a quien lo poseía.

Su sucesor Luis XV (1710-1774), no tuvo ningún interés por el diamante y ordenó guardarlo en un cofre. En 1774, María Antonieta (1755-1793), esposa de Luis XVI (1754-1793), decidió lucirlo y prestarla a la princesa de Lamballe. Como María Antonieta, su esposo y la princesa murieron en la guillotina en 1793, también se le atribuyó la culpa al diamante.

Durante la Revolución Francesa, unos ladrones robaron el diamante de la colección real de joyas. Uno de ellos la conservó hasta 1820, cuando se la vendió a un holandés, Wilhelm Fals, que cortó el diamante en dos. Una parte fue comprada por Carlos Federico Guillermo, duque de Brunswick, que al poco tiempo cayó en quiebra. La segunda la conservó el holandés, su hijo se la robó y la vendió a un francés, Beaulieu. Poco tiempo después Fals murió y su hijo se suicidó. Beaulieu muerto de miedo vendió el diamante a David Elianson, que se lo vendió al rey Jorge IV de Inglaterra (1762-1830), que cuando murió también se   echó la culpa al diamante que habían incrustado en su corona.

En 1824, el diamante reapareció formando parte de la colección de Henry Philip Hope, quien le prestó su apellido definitivo. Lo solía llevar engarzado en un broche, un día se lo presto a Louisa Beresford, esposa de su hermano Henry Thomas Hope, quien la llevó en algunos bailes. Después de la muerte de Philip en 1839, sus tres sobrinos intentaron quedarse en la herencia con la colección de joyas de su tío. Diez años después, Thomas Hope la adquirió, incluido el diamante Hope.

Desde ese momento la colección de gemas pasó a ser heredada por los descendientes de la familia Hope. Cuando murió Henry, en 1862, la heredo su esposa Adele, cuando ella murió, en 1884, la heredó su hija Henrietta, que se casó con el duque Henry Pelham-Clinton. Cuando ambos murieron, lo heredó su hijo Henry Francis Pelham-Clinton Hope, que se casó, en 1894, con su amante la actriz americana May Yohe. En 1896, Hope se arruinó y, como no podía vender el diamante sin el permiso de la corte, su esposa le ayudó económicamente. En 1901, pudo venderlo por 29.000 libras esterlinas a Adolf Weil, joyero inglés. Éste lo revendió al coleccionista de diamantes estadounidense Simon Frankel, que se lo llevó a Nueva York.

En 1908, Frankel vendió el diamante al francés Salomón Habib por 400.000 dólares. Se volvió a revender en una subasta en 1909. Lo compró el comerciante francés Rosenau, quien la compró por 80.000 dólares. Al año siguiente, se lo vendió al joyero Pierre Cartier por 550.000 francos. En 1911, Cartier lo vendió a la sociedad Evelyn Walsh McLean. Cuando McLean murió en 1947, el diamante lo heredaron sus nietos, pero sólo cuando el mayor de ellos cumpliera 25 años (faltaban 20 años).

A pesar de eso, lo vendieron en 1949, para saldar las deudas de McLean, quien lo compró fue Harry Winston. En 1958 lo donó al Museo Nacional de Historia Natural de la Institución Smithsoniana. Hoy en día es una de las joyas más visitadas del museo.

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