10 de octubre de 2014

ALEXANDER FLEMING (HISTORIAS)


Un día, un granjero escocés muy pobre, de apellido Fleming, estaba en el campo trabajando cuando escuchó un lamento y una petición de auxilio que provenían de un pantano que estaba cerca. Dejó en el suelo sus herramientas y corrió a ver quien estaba en apuros. Cuando llegó al lugar, encontró a un muchacho, muerto de miedo, que estaba hundido hasta la cintura en el fango. Intentaba con todas sus fuerzas salir de allí, pero no podía. El granjero Fleming, lo sacó salvándole la vida.

Al día siguiente un carruaje llegó a la granja, de él se bajó un caballero vestido elegantemente, se bajó y se presentó como el padre del chico al que el granjero había salvado la vida. Le dio las gracias y le quiso recompensar, pero el granjero se negó a aceptar nada. En ese momento salió de dentro de la cabaña el hijo del granjero, entonces el noble dijo:

-Le propongo un trato. Permítame proporcionarle a su hijo la misma educación que a mi hijo. Si el muchacho se parece a usted, no dudo que crecerá hasta convertirse en un hombre del que nos sentiremos orgullosos.

Después de pensárselo un poco, el granjero aceptó.

El hijo del granjero asistió a las mejores escuelas y se graduó en medicina en la Escuela Médica del St. Mary’s Hospital de Londres. Después siguió su carrera científica hasta llegar a convertirse en el famoso doctor Alexander Fleming (1881-1955). Años después el hijo del noble enfermó de pulmonía y gracias a la penicilina descubierta por Fleming, se salvó. El noble era sir Randolph Churchill (1849-1895), padre de sir Winston Churchill (1874-1965).

Algunos aseguran que esta anécdota no es real, y forma parte de una leyenda.

Durante el invierno de 1922, Alexander Fleming tuvo un catarro, empezó a investigar y decidió hacer un cultivo de sus secreciones nasales. Mientras estaba examinando una placa de este cultivo, se le cayó por accidente dentro de él una lágrima.

Al día siguiente encontró una pequeña zona sin crecimiento bacteriano donde había caído la lágrima. Eso le llevó a descubrir la lisozima, un antibiótico natural del cuerpo humano que mataba las bacterias, pero no glóbulos blancos, que es lo que hacia el fenol que era lo que se utilizaba.

Durante el verano de 1928 le sucedió algo parecido  en otro cultivo donde apareció otra zona donde no habían crecido las bacterias. Al irse de vacaciones de verano, dejó sobre la mesa del laboratorio una placa de cultivo con bacterias contaminadas por el moho “Penicillium”.

Cuando volvió observó que los microbios que se encontraban cerca del moho habían muerto. Entonces se acordó de lo que le había pasado en la otra ocasión, en vez de rechazar la placa decidió estudiarla, comprobando que, antes de cubrir el cultivo, había caído por accidente en él un moho que aisló e identificó como el “Penicillium notatum”, descubriendo a partir de ahí el componente antibacteriano, al que llamó “Penicilina”.

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