19 de enero de 2014

LA VERDADERA HISTORIA DE BARBA AZUL


Gilles de Montmorency-Laval, barón de Rais, conocido como Gilles de Rais, (o Gilles de Retz), (1405-1440), fue un noble y asesino en serie francés del siglo XV. Su barba negra con reflejos azules hizo que se le llamara Barba Azul. Era inteligente, ambicioso, insaciable y despilfarrador.

Cuando tenía veinte años raptó a Catalina de Thouars, que tenía quince años. Se casó con ella la misma noche del rapto. Los Thouars poseían varios castillos que junto con los de Gilles harían la unión más rica y poderosa de Francia. La familia de Catalina no aprobó la boda y rechazó la unión de las propiedades. Gilles hizo raptar a su suegra y la encerró en un castillo a pan y agua hasta que le fueron cedidos los castillos de Pauzauges y Tiffauges. Cuando tuvo lo que quería, se marcho a la guerra contra los ingleses.

Gilles se unió al ejército de Juana de Arco, y con sus hazañas llegó a mariscal. La muerte en la hoguera de Juana de Arco, por traición, hizo que Gilles volviera a sus tierras y sus castillos, en el de Tiffauges le esperaban su esposa y su hijo.

Después de dilapidar toda su fortuna, tener múltiples deudas, perder a casi todos sus amigos, se vuelca al esoterismo, buscando en la magia la manera de fabricar el oro que le hace falta. Conoce a Prelati, un timador, éste le asegura que se volverá rico gracias a la magia negra. Lo convence de que la única manera de contentar al demonio es ofrecerle la sangre y los miembros de niños asesinados.

Una mañana que dos de sus sirvientes entraron en la habitación de Gilles, fueron testigos de un espectáculo terrorífico. Lo ven teniendo la mano, el corazón, los ojos y sangre por todo, de un niño que acaba de matar. Envolver los restos en una sábana blanca, depositarlo sobre la chimenea, y lo oyen ordenar que cierren su habitación con llave y que no se deje entrar a nadie. Por la tarde, ocultos en la manga de su vestimenta, llevaba los restos a casa de Prelati. Los primeros crímenes, lo hacía solo, después dos de sus ayudantes (Henriet y Poitou) le ayudaban, a buscar a los niños y a matarlos. Gilles de Rois necesitaba niños para sus sacrificios y empleó las peores y más crueles maneras para conseguirlo.

La forma de encontrar a sus víctimas era la siguiente: Los criados de Gilles recorrían los pueblos y las aldeas buscando niños y adolescentes prometiéndoles que les harían pajes en los castillos del señor de Rais. Lo hacían en lugares lejanos. Los padres no volvían a saber de ellos, si preguntaban les decían que estaban bien. La gente empezó a alarmarse y entonces los raptaban.

Una noche su esposa estaba preocupada por la fiebre que tenía su hija María, quiso avisar a su marido, pero éste se encontraba en un ala del castillo al que ella tenía prohibido el acceso. Decidió ir, abrió la puerta, y no pudo contener un grito de terror. El espectáculo era horrible.

De unos garfios en la pared colgaban vivos varios niños que gritaban de dolor. Su marido tenía en brazos a un niño lleno de sangre. A su alrededor tres sirvientes torturaban a más niños. Catalina corrió despavorida seguida por los criados. Gilles le perdonó la vida a condición de que no contara nada y la encerró en un castillo lejano.

Llegó un momento que la alarma por la desaparición de niños y niñas era tan grande, que las quejas llegaron a las autoridades. El 14 de septiembre de 1440, llegó al castillo de Machecoul, donde se encontraba Gilles, un grupo armado al mando del capitán Jean Labbé, acompañado de Robin Guillaumet, notario. Llevaban una orden de detención, firmada por el duque de Borgoña.

Gilles de Rais se entregó. El 19 de septiembre, cuatro días después, empezó el interrogatorio que duró varios días. Entre otras atrocidades salió a la luz lo siguiente: “Los colgaba de los garfios que había en las paredes y cuando se desmayaban los descolgaba, los tomaba en brazos y les consolaba diciéndoles que no pensaba hacerles ningún daño. Después les sodomizaba y, en el momento del orgasmo, los degollaba para que las agonías de la muerte hicieran más penetrante su placer. Besaba luego las cabezas cortadas mientras le chorreaba la sangre por el rostro y manchaba sus ropas”.

Fueron matados más de 300 niños, hasta llegó a matar mujeres embarazadas a las que les abría el vientre para coger los fetos. Fue condenado a la horca y quemado vivo. Con él sus fieles sirvientes. Catalina asistió a la ejecución sin derramar una sola lágrima.

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