6 de septiembre de 2013

EL CADÁVER DE CARLOMAGNO


Carlos I el Grande (742-814), conocido como Carlomagno, rey franco y emperador de Occidente, dejó, antes de morir, sus últimas voluntades.

Estas decían que su cuerpo debía ser embalsamado y sepultado en la cripta bajo la cúpula de la Catedral de Aix-en-Provence. Debía ser colocado sentado en su trono de mármol, vestido con sus ropas reales y llevando su corona, su cetro en una mano y en la otra sujetando un Evangelio encuadernado en oro que reposaba en sus rodillas.

El sepulcro de Carlomagno fue profanado varias veces. La primera la llevó a cabo el emperador germánico Otón II, que a pesar de ser muy culto y soñar con un Imperio romano cristiano, saqueó el cadáver de Carlomagno. De ese saqueo se llevó una cruz de oro y pedrería que llevaba colgada al cuello.

El segundo saqueo del sepulcro lo realizó el emperador germánico Federico I Barbarroja. Desde el comienzo de su reinado desafió la autoridad papal y establecer el predominio germánico en Europa occidental. Del sepulcro de Carlomagno se llevó todo lo que había de valor. Años más tarde, arrepentido por el saqueo, hizo canonizar a Carlomagno.

A pesar de estos y otros muchos saqueos a la sepultura de Carlomagno, su cadáver embalsamado permaneció cuatrocientos años sentado en el trono de mármol, sin sufrir ningún daño.

En el año 1215, el rey de Sicilia y emperador germánico Federico II ordenó que el cadáver fuera colocado en un ataúd de oro y plata que, fue depositado en la Catedral de Aquisgrán (Alemania).

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