16 de julio de 2013

CATALINA DE MÉDICIS, SUS HIJOS Y LA BRUJERÍA


Catalina de Médicis (1519-1589), reina de Francia, sobrina del papa Clemente VII y madre de tres reyes de Francia, recurrió a la brujería para conseguir sus ambiciones políticas y personales. Diversas fuentes dicen que siempre llevaba con ella, en contacto con la piel de su vientre, un trozo de pergamino que según sus enemigos era piel de un niño desollado cubierto de letras y caracteres pintados en varios colores.

También llevaba un talismán que, según ella, le permitía conocer el futuro. Este amuleto estaba confeccionado con sangre humana y de macho cabrío y algunos metales, y todos sus elementos se habían unido al producirse ciertas conjunciones astrales en relación con su fecha de nacimiento.

El hijo de Catalina de Médicis, Carlos IX (1550-1574), rey de Francia y famoso por su crueldad, se encontraba angustiado por una repentina enfermedad desconocida que lo debilitaba a gran velocidad, en vísperas de su muerte recurrió a una misa negra, aconsejado por su madre.

En la ceremonia, que tuvo lugar en el castillo de Vincennes, después de consagrar la hostia, el brujo degolló y luego decapitó a un niño de diez años al que habían vestido como para bautizarlo.

El niño asesinado era un primogénito preparado para esta ceremonia. El hechicero que oficiaba colocó luego la cabeza cortada de la víctima sobre la hostia negra que reposaba sobre la patena y lo llevó todo hasta el centro de una mesa sobre la cual humeaban recipientes donde ardían sustancias olorosas agradables para el Diablo.

El brujo invitó al demonio conjurado a responder a una pregunta acerca del futuro del rey. La cabeza decapitada del niño respondió: “Vim patior” (sufro o padezco).

El rey montó en cólera y murió rabioso unas horas más tarde, gritando, en su delirio: “¡Alejad esa cabeza de mí!”.

Enterrado Carlos IX, accedió al  trono Enrique III, que tuvo peor reputación de brujo de la que tuvieron su hermano y su madre. Aseguraban en la corte que mantenía un demonio llamado Terragón, con el que se acostaba de vez en cuando.

Un liberto llamado Yen, lo acusaba de entregarse al sacrificio de niños de pecho, en el transcurso de misas negras que combinaba el satanismo con las orgías homosexuales.

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