17 de junio de 2013

BENET ESTEVA (LEYENDA BALEAR)


En el año 1530, la isla de Mallorca intentaba recuperarse del trauma de las germanías (hermandades gremiales que luchaban contra los nobles) que durante tres años destruyeron la bondad de sus gentes.

El pueblo, el gran perdedor de esta historia, trabajaba de sol a sol para poder pagar los tributos que los nobles les imponían, como venganza por la rebelión reciente. Esta guerra no sirvió de nada, las diferencias sociales eran las mismas y los pobres no podían llegar con sus quejas a los altos mandatarios del poder.

En Sóller (Mallorca), se pagaban 20.000 libras al virrey como castigo, al no poder pagar en algunas ocasiones, se tuvieron que subastar los bienes de los vecinos. Llenos de odio e impotentes, algunos prefirieron huir a las montañas, donde era más fácil la emboscada y el asalto no era tan peligroso. De esta manera nació una nueva generación de bandoleros.

Uno de ellos se llamaba Benet Esteva. Agresivo, grosero, blasfemo y muy aficionado a resolver los problemas con su navaja. Era la persona más indeseable de la isla.

Pensaron que la única manera de combatir a Benet era con sus propios métodos. El domingo de carnaval por la noche, cuando escondiéndose pretendía llegar a su casa, le tendieron una emboscada. Tres siluetas se abalanzaron sobre él, y como fondo el sonido de una espada. Se oyó el ruido de un cuerpo al caer y los débiles gemidos del herido.

La agonía de Benet duró tres días. Las lágrimas y las súplicas de su mujer para que accediera a que el sacerdote le ayudase a reconciliarse con Dios eran inútiles.

El fraile franciscano pensó que si llevaba a casa de Benet el crucifijo, al que todo el pueblo de Sóller tenía mucha devoción, Benet entraría en razón y le atendería. Se presento ante él con el crucifijo, Benet al verlo pareció enloquecer, empezó a blasfemar y a decir espantosas maldiciones.

El franciscano se acercó más a él y, en el nombre de Dios, conjuró a Benet pidiéndole que dejara de actuar así. Cuanto más blasfemaba Benet, más insistía el franciscano, implorando la salvación de su alma.

De repente, una gota caliente cayó sobre la mano del fraile, una gota que se había deslizado de la imagen del Cristo. La imagen estaba bañada por miles de gotas de sudor rosáceo, como queriendo demostrar el esfuerzo por salvar el alma de Benet.

Benet, lanzó otra serie de grosería, se convulsionó y murió. Era el miércoles de ceniza de 1530.

Por la tarde alguien cavó un hoyo en el “Torrentó d’en Creueta” y lo dejó allí el cadáver de Benet. A la mañana siguiente, nadie fue capaz de encontrar el cuerpo. La tormenta caída durante la noche arrastró por el torrente rocas y árboles y el cuerpo de Benet desapareció.

Dentro de un marco, muy cerca de la imagen del Santo Cristo de Sóller, un documento firmado por el Obispo de Mallorca desde 1573 hasta 1604,  Joan Vich i Manrique cuenta esta historia. Alguien se la debió contar, él la dio por cierta y la quiso verificar con su firma.

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