21 de enero de 2013

EL PRIMER CABALLERO QUE PISÓ PALMA (LEYENDA BALEAR)



El 31 de diciembre de 1229, las murallas de la ciudad de Palma que, habían defendido la plaza, estaban destrozadas  y el foso que la rodeaba lleno de escombros mezclados con cadáveres de guerreros de uno y otro bando.

Las torres de Madina Mayurka, reventadas a pedradas y golpes de tronco abrían enormes rendijas, que no iba a ser fácil defender. El aspecto de la ciudad era desolador para los que se disponían a pelearse por ella.

Las negociaciones entre Abu Yahie, rey moro de Mallorca y los emisarios de don Jaime habían sido inútiles. La decisión del rey, y de su consejo de nobles, estaba tomada. El asalto sería el último día del año, se mantendría en secreto para no poner nerviosa a la tropa.

Los barones y capitanes formularon sus juramentos de matar o morir. Los obispos prometían la vida eterna en sus sermones. Avisada la tropa de la próxima batalla, se celebraron misas, confesiones y se repartió la comunión. Fray Miguel, el confesor del rey, levantaba la moral de la tropa. Se perdonaban unos a otros las ofensas. El rey en persona les dijo: “Id, animosos varones, en nombre de nuestro Señor Jesucristo”.

El ejército se encaminó hacia la brecha abierta en la puerta de Belarcófol o Babalcófol, donde hoy se levanta la iglesia castrense de Santa Margarita.

Al grito de ¡Sancta María!, se empezó un feroz combate en el que se mezclaban el choque de las armas, los gritos de los que combatían y los gemidos de los moribundos y los heridos. Uno tras otro iban cayendo los cristianos, por las tropas que dirigía Abu Yahie. La moral de los cristianos iba decayendo, y empezó a llamarse a aquella funesta puerta “el Esvehidor” (puerta del atropello ó de la destrucción).

La victoria estaba perdida. Entonces un inesperado combatiente, un caballero en un caballo blanco y con una cruz de gules en el escudo, se puso al frente y quitándole la espada a Fray Miguel, arremetió contra las tropas sarracenas arrollándolas y sembrando la muerte y el terror en ellas que, retrocediendo, permitieron la entrada de los cristianos.

El caballero no se sabía quién era, el rey Jaime llegó a la conclusión de que era San Jorge, enviado en su auxilio por la Virgen María, invocada por su tropa y por él mismo.

Aquel día, Jaime I de Aragón, vio cumplidos sus deseos de conquistar la ciudad. Los días siguientes, los vencedores se dedicaron al pillaje. Terminada la lucha por la ciudad, siguió corriendo la sangre de los vencidos que no pudieron huir a las montañas, otros quisieron defender sus pertenencias y a sus familias.

Cuenta la leyenda que fueron tantos las desgracias y la violencia, que el mismo rey Jaime I, ante tal desastre, mandó ahorcar a veinte de los suyos como escarmiento, prometiendo después justicia e igualdad en el reparto del botín.

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