7 de enero de 2013

EL NAMA EN PAPÚA NUEVA GUINEA



En aldeas asentadas a lo largo de las tierras altas de Papúa Nueva Guinea la institución central era el "Nama", culto de iniciación masculina que formaba a los varones para ser valientes guerreros a la vez que para dominar a las mujeres.

Dentro de la casa de cultos, donde jamás podía entrar ninguna mujer, los hombres guardaban las flautas sagradas cuyos sones sembraban el terror entre las mujeres y los niños. Sólo a los iniciados de sexo masculino se les revelaba que los autores de esos sonidos eran sus padres y hermanos, y no aves carnívoras de procedencia sobrenatural.

Los iniciados juraban matar a cualquier mujer o niño que descubriera su secreto, aunque fuera de manera accidental, y habitualmente se provocaban hemorragias nasales y vómitos para librarse de los efectos tóxicos del contacto con las mujeres.

Después de un período de reclusión en la casa de cultos, el iniciado reaparecía convertido en adulto y recibía una esposa a la seguidamente dispara un flechazo en el muslo, para demostrar su poder.

Las mujeres cultivaban los huertos, se ocupaban de la cría de los cerdos y realizaban trabajos sucios, mientras los hombres vagueaban dedicados a cotillear, pronunciar discursos y adornarse con pinturas, plumas y conchas.

En caso de adulterio, las mujeres recibían castigos severísimos consistentes en introducirles palos ardientes en la vagina. O eran matadas por sus esposos si hablaban cuando no les correspondía o se sospechaba que manifestaban sus opiniones en reuniones públicas, se les azotaba con una caña, y en las disputas matrimoniales eran objetos de violencia física.

Los hombres no podían mostrarse nunca débiles o blandos en sus relaciones con las mujeres. Tampoco les hacían falta incidentes o razones concretas para insultarlas o maltratarlas, esto formaba parte de sus vidas de forma natural. En rituales y mitos, esta situación se presentaba como si fuera el orden esencial de las cosas.

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