27 de julio de 2012

JAMES HENRY BREASTED Y LA MALDICIÓN DE LOS FARAONES


En el curso de una expedición al Nilo, el egiptólogo James Henry Breasted, de Chicago, había sufrido un ataque de apoplejía que le tuvo en cama seis meses, por las tardes tenía bruscas subidas de temperatura, que le desaparecían a la mañana siguiente.

Estaba alojado en el Winter Palace y, fascinado por los descubrimientos de Howard Carter, lo llevaban todos los días al Valle de los Reyes. Regraba al hotel con escalofríos de fiebre y dolor de garganta, pero seguía trabajando y haciendo planes.

Pese a su estado no quiso renunciar a seguir ayudando a Carter en sus trabajos, y fue uno de los hombres que más tiempo pasaron en la tumba de Tutankhamon, junto con Carter.

Pasado algún tiempo, Breasted terminó reponiéndose, hasta el punto que sobrevivió a su esposa. En compañía de su nueva mujer, que era hermana de la anterior, hizo un nuevo viaje a Egipto.

En noviembre de 1935, Breasted se encontraba en el puerto de Génova, camino de Nueva York, lleno de alegría por sus nuevos proyectos. Pero estos nunca llegaron a realizarse, porque en pleno viaje le atacó de nuevo la fiebre. Al principio pensó que se trataba de una inflamación de garganta, pero, viendo que la fiebre no cedía, sino que aumentaba a pasos alarmantes, creyó que era debido a un ataque de malaria, mientras que el médico del barco no sabía cuál era la causa.

Cuando llegó a Nueva York, según contó su hijo Charles; “padecía una virulenta infección homolítica por estreptococos, mortal de necesidad”.

En Norteamérica no se conocían aún las drogas a base de azufre. Los médicos del Instituto Rockefeller estaban asombrados de su resistencia pero nada podían hacer por ayudarle. Y el 2 de diciembre de 1935, el egiptólogo de Chicago moría de aquellas extrañas fiebres que le atacaron en Egipto.

¿Otra maldición de los faraones?

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