7 de mayo de 2012

DON Y CONTRA-DON EN LA ANTIGUA ROMA


Las prestaciones entre cliente y patrono, o entre huéspedes y anfitriones, eran ilimitadas y proporcionales al rango de cada implicado. Cuanto más rico era un romano, más ayudaba a los conciudadanos bajo su protección.

Para tener rango había que dar sin reparar en gastos, tanto en privado como sobre todo en el plano público. El principio de la “beneficencia”, complemento de los lazos de clientela, constituía el núcleo de la vida social y política antigua, en Roma y en todas las ciudades del mundo romano.

Los notables prometían y ofrecían dones a sus ciudades; juegos circenses, banquetes, entradas gratuitas a los baños, restauración o construcción de un edificio público, etc. Eran innumerables las formas de contribuir a la ciudad esa tasa sobre los honores y la notoriedad (suma honoraria). A cambio los notables recibían magistraturas y honores.

La reciprocidad era un deber social, hasta tal punto formalizado que si se retrasaban en el cumplimiento de la promesa la comunidad percibía intereses sobre la suma debida.

La obligación pasaba a los herederos en caso de fallecimiento. El rigor de estas relaciones muestra, que junto a la exigencia de la libertad, la existencia del ciudadano y de la ciudad estaba determinada siempre y en todo momento por la regla del don y el contra-don.

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