22 de enero de 2012

LOS NUEVE PLANOS DEL DIFUNTO EN EL ANTIGUO EGIPTO


Antes de que fuese popular la momificación en el Antiguo Egipto, los cuerpos eran conservados sin más bajo las arenas del desierto. Dejaban que la voluntad de los dioses y la naturaleza quién se encargara de los difuntos.

A medida que la religión se hizo más importante, no bastó con mantener la apariencia. El ser humano era un conjunto de elementos que debían ser tratados de forma detallada. Un cuerpo perfecto debía contener nueve esencias o parámetros de vida.

El nombre del elemento principal era Jat y era el cuerpo físico, es decir, la apariencia que era observada por las personas. Para los egipcios el cuerpo físico debía mimarse y cuidarse toda la vida.

En segundo lugar se contemplaba el Ba. Este plano era la esencia, el alma o espíritu de la persona. Cuando alguién moría, el Ba era el encargado de dirigirse volando a la morada de los dioses.

En tercer lugar, el Ka, una forma corporal considerada como intermedia o sin formar. Era como el detino o Karma. De esta manera el Ka jamás acabaría de formarse sino que iría evolucionando a medida de que lo hiciese el cuerpo. Cuando se producía la muerte, el Ka se convertía en una entidad que pasaba a habitar la tumba, a la espera del resto de los cuerpos o planos.

En cuarto lugar estaba el Ib o corazón, la verdadera esencia de la persona. En él estaban los sentimientos, la mente, las emociones. A través del corazón era como se decidía el paso a la eternidad del difunto.

El quinto plano era el Ju, era la inteligencia, todo lo que la persona ha ido aprendiendo a lo largo de su vida y que le ha dado sabiduría y conciencia. Existía un segundo Ju que era lo que la persona había transmitido a los demás en vida, consejos, ideas, enseñanzas. A este segundo Ju no se le daba demasiada importancia.

El sexto plano era el Sah y representaba el cuerpo espiritual. Una especie de cuerpo astral. Sería el vehículo que se utilizaría al tener sueños reveladores o una gran inspiración.

El septimo cuerpo o plano era el Ren o plano del nombre. Para los egipcios el Ren era el nombre sin el cual nada podía existir.

El octavo cuerpo era el Jaibit o sombra. Entre los magos antiguos la sombra era el poder oculto que todo ser vivo tenía tras el pacto con la entidades invisibles. Todo los aquello que sabían que existía en su interior pero no querían ni reconocer, ni se atrevían a contar.

El noveno era el Sejem, sería algo como un cuerpo comprimido que tendría la misión de unir la naturaleza de todos los demás planos.

2 comentarios :

enrique DICE

Por lo menos en el cristianismo son menos:
purgatorio y cielo o infierno, según hayas sido en esta tierra...

Ana DICE

Enrique, menos mal, sí con sólo tres ya está complicado imagínate con nueve. Un beso.