11 de febrero de 2010

LA VIDA EN BABILONIA

La vida de los babilonios estaba dominada por los presagios, que se apreciaban en cosas tan sencillas como un ladrillo mal colocado, una grieta en un muro, el crujido de una viga, o la presencia de un insecto, un perro o un pájaro en un templo.
A veces se hacía necesaria la presencia de un exorcista para eliminar el peligro.

Su calendario estaba también provisto de determinados días en que no se podía comer ajo, carne de cerdo o vaca y pescado. Existía también un día en el que se aconsejaba quedarse en casa sin hacer nada, quedando las calles de la ciudad vacías.

Además de la intensa vida religiosa, también existía una frenética vida comercial y económica. Babilonia producía numerosos productos como dátiles, trigo, lana, tejidos, metal, cuero, cerámica esmaltada, cestería, cosméticos y joyas, que exportaban al exterior.

A la ciudad también llegaban productos de Egipto y la India. El instinto comercial llegaba al punto de subastar a las mujeres para el matrimonio, según cuenta Heródoto, subvencionaban a los maridos de las menos agraciadas con el importe conseguido por la venta de las más bellas.
A pesar de eso las mujeres de Babilonia tenían muchos derechos, participando activamente en la vida de la ciudad.

Las calles y talleres bullían de actividad con oficios como el de escriba y tallador de sellos, que legitimaban y daban curso legal a los diferentes negocios. Estas operaciones tenían lugar en el entorno de los templos, que actuaban como bancos y agentes principales de todos estos intercambios.

La ciudad poseía un cierto aire cosmopolita debido a la presencia de numerosos extranjeros. Babilonia era una ciudad variopinta, fascinante, agitada, refinada, atrayente y peligrosa.

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