30 de septiembre de 2009

FLÁMINES

El flamen (sacerdote romano), era considerado como la encarnación de los dioses romanos en la tierra, como participaba en la esencia divina, debía respetar numerosas normas para evitar la corrupción de su pureza. Esta institución nació durante el reinado de Numa Pompilio.

Les estaba prohibido tocar a los muertos, presenciar un entierro o acudir a un luto, entrar en contacto con cualquier animal asociado al otro mundo, como el perro, el caballo o el cuervo, no podía comer ningún alimento crudo ni probar las habas (pensaban que esta legumbre es de carácter fúnebre), no podía participar en ninguna guerra ni ausentarse más de una noche de la ciudad en la que se levantaba el altar de su dios.

El carácter sagrado de su persona tenía multitud de simbolos; ningún anillo podía rodear sus dedos, ni podía haber en su cuerpo o en sus ropas ningún nudo o lazo.

No podía ni nombrar ni tocar la hiedra, ni acercarse a una vid. Si algún prisionero entraba encadenado en su casa, era liberado inmediatamente de sus cadenas que se arrojaban a la calle desde el tejado.

Los Flámines estaban exentos de todas las obligaciones que atan a los demás hombres; del trabajo, de la guerra o de los cargos públicos. Todos los días eran para ellos “fasti” (festivo).

Para su aseo personal sólo podía utilizar instrumentos de bronce, material considerado sagrado. Los restos de sus uñas y el cabello que se cortaba se enterraba junto a un árbol protegido por los dioses, el “arbor felix”.

En compensación por el cumplimiento de tantos preceptos, el flamen gozaba de algunos privilegios públicos; recorrer Roma en carro durante los días solemnes, ocupar la silla curul, suspender la ejecución de los condenados, ir acompañado por un lictor (funcionario público), o tener los mejores asientos en el teatro.

La dignidad del flamen el “flamonium” la concedía el pontífice máximo, quien elegía a uno entre una terna de patricios y lo convertía mediante un rito en propiedad del estado.

En las provincias el flamen ejercía sus funciones durante un año, (el flamen romano lo era a perpetuidad), cumplido el cual cesaba, pero conservaba sus privilegios de por vida; ser miembro del Senado y de las asambleas provinciales y tener erigida una estatua en el templo imperial.

Existieron en Roma quince flámines, tres mayores, patricios consagrados a los genios protectores de las tres tribus fundacionales, Júpiter, Marte y Quirino y doce menores, sacerdotes plebeyos de dioses del mundo rural, protectores de la tierra, de los ríos y de la vegetación.

2 comentarios :

Jose Jaime DICE

Hola

no sabía nada de esto
y es muy interesante

un saludo

Ana DICE

josé Jaime, eso es lo bueno que tiene esto que aprendemos unos de otros.
Un beso.