14 de noviembre de 2007

ALHAMAR (LEYENDA BALEAR)

Más que un pirata Alhamar era un soñador.

A través de generaciones, una sucesión de sugerentes historias que hablaban de la legendaria belleza de una isla del Mediterráneo, habían picado su curiosidad.

Alhamar era joven, impetuoso, irreflexivo y, más que prepararse para las tareas de gobierno a las que le tenía destinado su padre, gustaba hacerse a la mar con su galera, en busca de aventuras.

Por eso, aquella noche, con la brisa y el mar dormidos en apacible calma y las hileras de remos chapoteando en el agua, Alhamar miraba ensimismado la oscura silueta de Mallorca, recortarse muy cerca, bajo la claridad de la luna.

La tierra de sus mayores estaba al fin allí, casi al alcance de su mano y el joven soñaba con inverosímiles gestas al frente de su reducida hueste de guerreros.

La playa próxima, silenciosa y tranquila le llamaba con una irresistible atracción. Alhamar ordenó poner proa hacía ella y aprestó a sus hombres para el desembarco.

El difuminado perfil de unas casas y una alta torre se habían convertido ya en el objeto de su empresa y, sigilosos como fantasmas, empuñando sus armas, los moros llegaron hasta el portón de madera, amparados en las sombras de la noche.
Todo sucedió en un momento. Una lluvia de piedras y flechas cayó sobre los asaltantes; el tronar de los arcabuces arrancaba centelleos de fuego en lo alto de los paredones y la campana de la torre repicaba frenéticamente esparciendo la alarma por el contorno.

Alhamar replegó a sus hombres y volvió a la carga con peor suerte aún. Un fuerte griterío se levantaba de los campos y bosques próximos de los que emergía una vociferante masa de payeses, blandiendo toda clase de armas y dispuestos a hacer pagar caro el atrevimiento de los piratas. Ellos no sabían que la alarma había cundido mucho antes de que saltaran a tierra.

La empresa era ya inútil. En franca desbandada, los sarracenos huyeron hacia el mar, buscando la protección de la galera. Pero el viento no soplaba y toda fuerza de los remeros no fue capaz de arrancarla del lecho de arena en que había encallado.

Aquél fué el fin de Alhamar, sobre la blanca arena de "Santa Ponsa". Llegado desde muy lejos movido más por la nostalgia que por la rapiña, se quedó para siempre, pero sin haber podido verla, en aquella isla que las viejas del pueblo contaban en sus relatos.

Unos maderos carcomidos, en los que podía adivinarse aún la atrevida forma del mascarón de proa de una galera, eran visibles hace cincuenta años, en la bóveda de la robusta torre de la finca Santa Ponsa.Siempre se dijo de ellos que eran los restos de la galera de Alhamar.

Y bien: ¿por qué no iban a serlo?...

1 comentarios :

Ana DICE

Si a veces es bonito fantasear un poco. Un beso